Con más de 20 libros en su haber, acaba de recibir un premio por su libro "Poemas de antología" que repasan su obra lírica entre 1974 y 2017.
Por Eva Marabotto
El narrador, ensayista y poeta Fernando Sánchez Sorondo se ganó un nombre en el mundo literario en 1963 a los 20 años, al convertirse en el autor más joven en obtener el Premio Nacional de Literatura con su volumen de cuentos “Por orden de azar”. En 2022, a los 79, está entre los ganadores del Premio Municipal de Literatura que no se entregaba hace ocho años, por un libro de poesía que condensa su trayectoria: “Poemas de antología”.
Entre ambas distinciones transcurrió una obra que comprende 20 libros: 13 de poemas, cuatro novelas, un libro de testimonios sobre Sai Baba y tres volúmenes de cuentos en una carrera en el ámbito literario pero también en el del periodismo y en la publicidad. Además sus cuentos y poemas han formado parte de antologías compiladas por Santiago Kovadloff, Horacio Salas y el estadounidense Norman di Giovanni, editor y traductor de Jorge Luis Borges.
Aunque comenzó haciendo narrativa, Sánchez Sorondo se decidió por la poesía y cultivó en ella el adjetivo inesperado, al hablar de “relojes ansiosos”, “atrasos puntuales”, “orquestas auspiciosas” o “fragancia ilesa”. Quizás porque como apunta en uno de sus textos “no hay que forzarlas// el escritor es el hombre// a quien aman las palabras” logra en sus versos ahondar, con lenguaje sencillo, en un puñado de temas universales: el amor, el paso del tiempo, la pérdida de los seres queridos, la espiritualidad.
Sobre la importancia de los premios literarios, su transición de la narrativa a la poesía y el aporte del discurso publicitario en su lírica conversó el autor con Télam, después de volver de una estadía en el Viejo Hotel de Ostende, en la cual no escribió pero se dedicó a leer bastante y, por las temperaturas extremas se quedó con ganas de visitar a su gran amigo el escritor Guillermo Sacommano. A continuación, los principales tramos de la charla.
– Recibió dos de los premios más importantes que se entregan en el ámbito nacional, ¿Cree que estas distinciones son valederas, o un autor solo busca la aceptación de sus lectores?
– Yo creo que los premios son importantes. Tanto el Nacional como el Municipal. Con ellos el mundo exterior y sobre todo los lectores, que son los que importan en el plano de la escritura, le están diciendo a uno que es valioso lo que está escribiendo. Si bien la seguridad tiene que ser interna, estos reconocimientos no dejan de ser una gran ayuda y un inmenso estímulo.
– Llegaron en dos momentos muy distintos de su vida…
– Sí, con el Nacional tuve una tremenda suerte. En medio de tantas dudas como se tienen de chico, estaba seguro de una sola cosa: lo mío era escribir. Yo recibía el estímulo de un amigo de mi padre, el poeta y novelista Leopoldo Marechal, quien fue absolutamente generoso conmigo y con los textos que yo le mostraba. ,Y presenté el libro de cuentos y saqué un tercer premio, que pesó porque yo era muy joven.
El Municipal de ahora no lo esperaba, ya que es por una obra de 2017, pero estos premios no se entregaban hace años y se otorgaron después de la presión de muchos autores.
– Entre ambas distinciones abandonó la narrativa y eligió la lírica.
– Sí, empecé escribiendo prosa, pero un gran amigo poeta que era Alberto Girri que había hecho esa transición, me dijo que, si realmente quería hacer algo, en serio, tenía que definirme. Y me quedé con la poesía porque entendí que no podía dedicarme a hacer bien las dos cosas.
– Curiosamente para alguien que se dedica a la lírica, usted trabajó en el ámbito publicitario… ¿qué le aportó esa actividad a sus poemas además de cierto “glamour” en los títulos como “Poemas de antología” en lugar del más frecuente “Antología poética”?
– Creo que varias cosas. En el discurso publicitario uno tiene que apelar a la síntesis, porque los avisos son caros y no podés poner muchas palabras. Entonces tenés que encontrar una idea que tenga fuerza. Es algo que conversamos mucho con Ana María Shua, con quien trabajaba por entonces. Eso vale también para la poesía. En cuanto al título, fue una idea de mi mujer Inés Báez De la Torre que me pareció muy acertada.
– Vendrá de esa práctica la búsqueda de adjetivos inesperados y casi sorpresivos. Menciono uno al azar “fragancia profundamente ilesa”…
– Es algo en lo que trabajo. A la gente que viene a mi taller literario, siempre le repito algo que hablábamos mucho con Girri: la poesía es el corazón de la literatura y, por eso, no tiene sentido insistir con expresiones que se han visto tanto como describir a las lágrimas como perlas de rocío, como hacía Bécquer. En cambio, Pablo Neruda dice que la cebolla viene envuelta en papel de regalo. Eso es una novedad.
La poesía trata de buscar el modo de nombrar las cosas por primera vez. No lo logra solo Neruda, también Silvina Ocampo, a quien tuve el gusto de conocer, habla en un verso de la “primavera inmunda”. Asociamos a esa estación con el amor, las flores, los jóvenes, pero no con la inmundicia. Hay una cierta obligatoriedad del poeta de decir algo nuevo, no por la mera originalidad, sino porque el objetivo de la poesía es ensanchar el lenguaje y llevarlo al límite.
“La poesía busca el modo de nombrar las cosas por primera vez”.
– Si bien no le pone fecha a sus poemas, un dato que llama la atención en la antología, los versos documentan minuciosamente el paso del tiempo: cumplir años, ver crecer a su hijo, disfrutar de su nieto, la vejez. Todo eso está tematizado y surca sus textos.
– Sí, eso está y quizás no lo había notado que estaba ese registro minucioso del transcurrir de la vida.. Si el tema de la vejez, y sobre todo, de la muerte y la pérdida. La ausencia de mi madre y de mi hermano me llevaron a buscar la raíz, a buscar otra dimensión donde pudiera encontrar consuelo u otro sentido a esas pérdidas.
– A partir de esas pérdidas también aparece una búsqueda de la trascendencia. Menciona a Jesucristo, pero también a Sai Baba. Cita versículos de la Biblia y versos de San Juan de la Cruz, uno de los místicos españoles…
– Sí. Tiene que ver con las pérdidas pero también con la necesidad de cubrir ese espacio tan misterioso que es el de la expresión poética como dice Rilke. Se me dio por viajar durante muchos años a raíz de una crisis espiritual por la muerte de mi madre, algunas experiencias muy fuertes con las drogas y pude salir gracias a esa búsqueda que terminé de resolver en la India con ciertos maestros espirituales. Buscaba también acercarme a las cosas por primera vez, sin tener en cuenta las asociaciones que uno trae, de tipo cultural, o de otra naturaleza, Acercarse a lo inexpresable, a la esencia de las cosas, sin adherir a ninguna institución religiosa, pero sí a todas las expresiones místicas. De hecho creo que hay maestros espirituales actuales que tienen el poder de acercarse a las cosas, a esa otra dimensión de la realidad, que tuvieron Jesucristo y también Buda.
– Se dedica principalmente a la lírica y mencionó que da talleres de escritura, ¿cree que es posible enseñar a escribir poesía o se trata de una experiencia individual e intransferible?
– En los talleres cada uno escribe lo que quiere. Los disparadores no son solo de poesía y cada uno escribe lo que quiere. Yo descreía de los talleres y la posibilidad de enseñar a escribir o inspirar pero ha medida que han pasado los años, me doy cuenta de que la gente está cada vez más ocupada, y no tienen el tiempo que me dedicaban Marechal o Girri para leerme y conversar sobre mis textos. Así que se volvieron importantes estos lugares donde uno pueda aprender o compartir sus textos y recibir una devolución. Veo que muchos grandes autores provienen de los talleres literarios, y mi propia experiencia en mis talleres es que hay gente muy valiosa a la que uno puede acompañar y estimular. Por supuesto que tiene que haber una condición natural previa, sino tenemos que apelar al viejo refrán: “Lo que natura non da. Salamanca non presta”.